Cada vez son más frecuentes las requisas sorpresa. Con excusas –como al visita del tejano más odiado del mundo a la capital del parapaís- o la simple perpetuación sin excusa de nuestro Estado de excepción -antiguo Estado de sitio-. Estos pequeños allanamientos que los policías y soldados realizan en las calles de manera aleatoria se pueden volver en un real abuso de la fuerza de los agentes de la fuerza pública y en una descarada vulneración de nuestros derecho y lo que es peor aun, un incumplimiento por parte de los ciudadanos de los deberes que de la Carta política se desprenden.
Se pregunta entonces uno; ¿tengo cara de criminal? ¿Qué hice mal? Nada; es la respuesta más frecuente. Pero lo que más inquieta es la manera en que los agentes de la fuerza pública se aproximan a su objetivo. Lo detectan a metros. Luego, solicitan todos los documentos. Los revisan minuciosamente mientras realizan las preguntas de “rutina” que suelen hacer a los indefensos transeúntes que caen en la desgracia de ser detenidos por la fuerza pública.
Esta es mi manera de verlo; si me paran pago. Es así de fácil; de una u otra manera van a conseguir algo que les permita extorsionar a su víctima a la vez que lanzan cohetes verbales en donde amenazan con retenerlo o peor aún condenarlo a la vivencia de una verdadera pesadilla que podría transformar hasta el espíritu más maligno; la UPJ. Este temido pero efectivo sistema de retención temporal es el mecanismo usado por excelencia por la fuerza pública para aumentar su paga a costas del bolsillo ciudadano. Es necesario hacer un llamado a la ciudadanía; es mucho menor el castigo que puede recibir un ciudadano que tiene un papel vencido –o que no lo tiene- al que se le impone a un agente de la fuerza pública que se le encuentra acusado por extorsión.
El soborno es una práctica ilegal que debe ser repudiada por la ciudadanía no patrocinada. Es verdad que es una manera fácil de salir del problema; hay que cambiar esa mentalidad –típicamente colombiana a decir verdad- que lo único que logra es una solución temporal que agrava el problema a medida que la gente la adopta como costumbre. No es difícil encontrar a una persona que haya sobornado; o peor aún alguien que no sepa cómo hacerlo. Ojo, este no es un indicio de ser una buena persona, debería ser todo lo contrario; no saber sobornar es un indicio –sino prueba- de ser una buena persona. Es nuestro deber como ciudadanos contribuir a que se fortalezca la fuerza publica y al sobornar lo que se hace es debilitarla. Se fracturan los cimientos de la responsabilidad de la fuerza pública y se pone en duda su claridad. Este es un momento en que las instituciones pasan por el más grave problema de claridad. Por primera vez el Estado aceptó sus crímenes en contra de la UP, no es momento para que salgan a la luz más cosas que afecten a las instituciones y si queremos –como país- fortalecer la fuerza y poder confiar en ella; toca empezar por casa. Lo repito; el esfuerzo empieza por casa, no sobornar es una cuestión de sentido común que no se puede ignorar.
Denunciar el soborno es una manera de fortalecer nuestra democracia.
sábado, 10 de marzo de 2007
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