Parece ser que la agenda legislativa sólo se ocupará de los referendos: agua, prisión perpetua para violadores y reelección (desde la promulgación de la Constitución de 1991 no había representimiento comparable de proyectos, hoy supera la cifra por más de 70 proyectos). Los legisladores colombianos siempre se han caracterizado por aprobar reformas y leyes sin mayor discusión, es parte de una deficiente cultura democrática. Se dio en la primera reelección y se está dando con la discusión del referendo promovido por la bancada de gobierno. Las consecuencias institucionales de la modificación que se pretende hacer a la constitución no han sido contempladas y aquellos de la oposición que tratan de promover un debate de altura se quedan con los crespos hechos ante la apatía y el silencio de la bancada de gobierno.
Es lamentable que un asunto de mayor trascendencia pase sin mayor discusión los debates que por ley debe transitar. Los parlamentarios colombianos le hacen el quite a su responsabilidad política; responsabilidad que no debe reducirse a votar sino, a votar a sabiendas de que se ha llevado una discusión seria y respetuosa independientemente de si se está o no de acuerdo con la iniciativa. Es esa misma irresponsabilidad la que ha mostrado el Presidente durante sus siete años de gobierno. Para comenzar, la bandera principal de campaña (además del corazón grande y su mano fuerte) era cero politiquería; pues bien, parece ser que durante el mandato de Uribe, además de torcerle el cuello a la ley cuantas veces se ha querido, se ha promovido un clientelismo que parece ajeno a esta cultura política corrupta e ignorante.
No se trata aquí de si somos o no uribistas, se trata de la defensa de la democracia propiamente dicha. Es decir, la discusión que se debe dar en el Congreso respecto al Acto Legislativo que pretende cambiar la elección del Presidente, debe ser responsable y debe tocar temas de fondo y no limitarse a la redacción de la propuesta de artículo o a las discusiones semánticas de la misma; una reforma constitucional como la que se pretende aprobar modifica cuestiones de fondo, como la elección de entes de control y altos magistrados (no cuestiones ligeras o de poca monta).
Lo menos que podemos exigir de nuestros representantes, incluyendo los de la bancada de gobierno (que como los señaló la revista SEMANA parecen borregos que responden sólo a burocracia), es que se discutan la reforma y sus consecuencias sin el sesgo personalista que crea Uribe (o la necesidad de vencer a los adversarios del mismo).
Todo lo anterior no se daría en un país que le da prioridad a los valores democráticos antes que a los intereses personalistas. Lo lamentable es que Uribe se ha encargado de promover la segunda, polarizando día a día a la opinión pública, llevando a que los uribistas vean a los no uribistas (y no, antiuribistas) como el enemigo y no como la contraparte de un debate que debería llevarse con los más altos estándares éticos.
Más lamentable aún es, que hasta ahora los medios de comunicación decidan ocuparse de un asunto tan trascendental como son las funestas consecuencias que tendría una tercera elección o de Uribe, o la aprobación del referendo reeleccionista y no limitarse a preguntarse si el Primer Mandatario aspiraba a un tercer mandato o no (deseo que se evidenció hace mucho). Igual de lamentable es que no sean visibles los válidos argumentos que esgrimen los de oposición y en cambio se limiten a pasar ¨tomas¨ del Presidente cuadrándose la corbata o dándole un abrazo a una anciana campesina en un consejo comunal.
Por esta vez la clase dirigente debería actuar en pro de la sociedad y sus instituciones y no por ser complaciente con el primer mandatario.
domingo, 10 de mayo de 2009
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